La noche había caído, la luna llena se asomaba por cada rincón de la habitación que yacía en penumbras espeluznantes; las estrellas casi ni iluminaban por culpa de este satélite egoísta, aun así, gracias a ésta, Rocco podía observar lo que, con minucioso cuidado guardaba en su maleta. Recuerdos iban y venían en su mente, sentimientos encontrados lo hacían volverse a cada instante un poco más loco y obsesionado. No era capaz de entenderse, ni mucho menos entender a nadie. No quería y no sabía por qué los humanos actúan como actúan. Necesitaba un descanso, unas vacaciones, algo que no lo hiciese perder el tiempo. Un rato de ocio, que al igual que los griegos, tuviera sus frutos en la producción de pensamientos coherentes y satisfactorios.
Tenía todo lo que necesitaba a mano, y tenía en su cabeza un millón de ideas que proyectar. Tal era la impaciencia que no lo soportó más. Procedió a abrir la maleta y comenzó con tal esperado ritual de macabra psicología. Cogió, en primer lugar, los ojos de una niña, los observó con cautelosa y precisa admiración, tomando en cuenta de quién venían. Los proyectó a escala y pensó que los humanos eran unos imbéciles ciegos, que la naturaleza jamás debió haberles otorgado la vista, ¿para qué?, si de igual manera no logran ver absolutamente nada. Creen ver la belleza, pero lo que en verdad ven es el feo cascarón de alguien irreal, una máscara que no demuestra ni el uno por ciento de lo que realmente es. Los comparó pues con los pollos. Aseverando que los humanos son polluelos dentro del cascarón que no nacen realmente hasta que están en una situación tan extrema como la muerte. Jamás dejan ver la belleza color amarilla de las plumas que tienen estas avecitas, sólo muestran el cascarón, para que según ellos, nadie los pueda dañar o mirarlos feo siquiera, para no asustarse. ¡Qué estúpido! Agregó, cualquier día puede venir una serpiente y devorarse el cascarón y su vida por completo, sin un mínimo de compasión. Pues qué le importa a la serpiente, si por fuera es horrible; quizás tendría compasión por este animalito, si pudiera ver la belleza y ternura que realmente posee… Cuando acabó la reflexión añadió: ¡Maldito cascarón!, no dejas ver ni dejas mostrar. No, no es maldito el cascarón, es estúpido el ser humano que se lo crea e impone por sobre todas las cosas. Finalmente echó los ojos inocentes dentro del bolso.
Miró la luna nuevamente, se percató que se había movido un poco, la hora se le estaba pasando. Apresuró a tomar la nariz respingada de un niño. ¡Tampoco deberían tener nariz! - agregó -, sólo les sirve para respirar. ¿Por qué las flores tienen deliciosos aromas, si nadie se quiere percatar de ello? Tienen este pedazo de piel y cartílago sólo como mediador entre el ecosistema y sus pulmones, y ni eso, porque ni siquiera saben respirar, andan tan apresurados en cosas vanas, que no respiran profundamente para que su cerebro se oxigene correctamente y piensen mejor. Muy decepcionado, lo guardó rápidamente, pues lo encontró absurdo. Pensó además que en algunas personas hasta se veía estéticamente mal, luego se río de tal percance.
Todo parecía tan absurdo hasta el momento, ni el olfato, ni la vista, todo realmente de más en el cuerpo de las personas. Con más esperanzas tomó un par de oídos. Analizó las distintas funciones que cumple: la de equilibrar, la de la orientación, la de oír y escuchar, llegó a esta última palabra y volvió a caer en su filosofía. Se ve tan delicado este aparato, con sus neuronas, esos pequeños huesitos, tantas cosas tan frágiles que podrían utilizarse para ser mejores, pero no, la gente no escucha sólo oye; a veces las advertencias de la vida son tan claras, pero no saben escuchar. Recordó la procedencia de ese órgano. El dueño de estos, venía de una fiesta, había bebido en demasía, sus amigos le dijeron que no condujera, pero no respetó los consejos, no escuchó, sólo oyó; antes de salir de su casa, sus padres le dijeron que no bebiera porque andaba en vehículo, y que si lo hacía, que prestara las llaves para que lo trajeran de vuelta, pero no quiso escuchar. Escuchar es de voluntad, no de capacidad, si alguien realmente se interesa por el otro, lo escucha, no lo oye. Gracias a que solamente oyó, ahora su familia y dos más lamentan el fatal accidente que cobró seis vidas aparte de la de él. Nunca creí que hubiese tanta conexión entre un órgano y la sicología. Por otro lado están los que escuchan, pero lo que quieren o les conviene escuchar. Aquellas personas que les encanta calumniar de los demás a base de palabras que jamás existieron, pero que ellos ponen en sus oídos para injuriar a otros, ya sea por envidia o por querer hacer daño. Sólo quieren hablar… - en eso iba cuando observó tenazmente la boca - Arrojó con desprecio los oídos sobres la maleta y tomó el par de labios, qué fantasía, aún conservaban la rojura que los caracterizaba.
La veía tan indefensa, inofensiva y tan tierna, que no hallaba prejuicios contra ella, muy por el contrario, pensaba en esta, como instrumento fiel para demostrar el amor entre dos personas, recordó el origen de los besos, y por qué se halla tanto la necesidad de estos, se acordó de que estas prolongaciones de piel eran la zona más sensible del ser humano y se percibía todo más fácilmente en ellos. Se emocionó, pero pronto volvió su misantropía y volvió al punto de inicio, que eran dañinos porque las palabras que de él salían muchas veces hacían mal o hacían sufrir a otros. Fue más sutil y tierno con ellos, pues eran de una adolescente menor de edad y se imaginó que recién estaba viviendo las etapas de la vida, al verla inmadura, tuvo compasión. Sin duda, el recordar que de estos pueden salir las más dulces palabras o perdones, o las más hermosas canciones o poesías, quiso ser un poquito más bondadoso en el trato.
La luna se corría cada vez más, el tiempo pasaba volando. Ágilmente echó la traquea - que arguyó era sólo para tomar y botar aire -, los intestinos - que asumió que sólo era para absorber vitaminas y nutrientes - y otras piezas más diminutas como el timo - para las defensas y anticuerpos -, la tiroides - para el consumo del yodo, el equilibrio y el ánimo de la persona -, la paratiroides - con sus funciones relativas al calcio -, el páncreas - que se humedecía en sus jugos pancreáticos -, los riñones - y sus funciones urinarias -, entre otras, para avanzar más velozmente (al parecer este hombre era especialista en anatomía humana, pero sucede que le faltaba trabajar más la psicología de esta especie, que le era tan interesante y al mismo tiempo curiosa, impredecible e inferior). Lo que sí, tuvo precaución y le llamó mucho la atención, un pulmón, era realmente asqueroso y fétido, estaba negro y con una pestilencia muy grande proveniente de su interior. Lo tomó, lo miró por larga instancia y se dio cuenta de que el olor era a tabaco y otras sustancias fuertes. ¡Ah!, pero si ya sé de donde proviene este pulmón, es de un empresario muy rico, que murió de un cáncer pulmonar, justamente porque se creía superior a todos los demás y pensó, inútilmente, que su dinero lo salvaría. Qué lamentable, a cada instante me decepcionan más los pertenecientes a esta raza - decía con un gran sentimiento de frustración -.
De alguna manera este inhumano ser se estaba transformando en una especie de juez de los accionares de las personas. Había podido darse cuenta de que los órganos más dañados eran los de adultos, pues los de niños estaban en muy buen estado y sin un mínimo de deterioro. Cómo lo hacía para conseguir tan diversa cantidad de piezas corporales, es un enigma. Lo que si se podía deducir es que tenía toda una colección de partes humanas, de todas procedencias: niños, niñas, adolescentes, adultos e, incluso, algunos abuelitos, de los que más se quejaba, pues sus cuerpos eran una vergüenza, delataban todas las faltas de cuidados que tuvieron en su juventud.
Adquirió sobre sus ensangrentadas manos un objeto de gran tamaño, quizás el más grande de todos los que estaba guardando. Dijo: ¡Ja!, pero si este es el famoso hígado, aquél que tiene más de doscientas funciones vitales importantes. Necesita tanto cuidado, tanto tratamiento cuando se enferma, muchos lo creen de hierro y comen y beben puras porquerías. La gente no es ignorante del todo, muy por el contrario, sabe a lo que se enfrenta, pero no escarmienta. Este afortunadamente es de un joven que se cuidaba, pero que murió atropellado; sin embargo existen algunos que beben indiscriminadamente, que no se habitúan a la higiene, o que sexualmente no tienen respeto. Tanta variedad de hepatitis, ictericia, cirrosis, entre otras… ¡Qué inconsciencia! Algunos de verdad deberían recapacitar. Si tan sólo yo poseyera esta cantidad de órganos y todas sus funciones, de seguro me cuidaría un poquito más.
Este espécimen tenía un organismo mucho más básico, los nutrientes que necesitaba para sobrevivir sólo eran agua, aire, y las sales minerales que pudiese adquirir de la tierra, aunque por gusto, de vez en cuando, le gustaba comer corazones de personas y tomar leche de cabra. ¡Qué dieta! No poseía un complejo sistema de ADN, ni mucho menos de células, era un experimento que el dueño de la casa había empezado a elaborar, pero del cual no había tenido los resultados esperados. Por un raro motivo esa noche tenebrosa en la que se le dio la vida, la luna iluminó su rostro y adquirió sospechosamente la conciencia y algunos sentimientos, tales como el odio, el temor, la vergüenza y la lástima. El amor no lo alcanzó a desarrollar, sin embargo, con todo lo que meditaba día a día, lo estaba creando de a poco. El doctor Jonh Estifs, falleció tres semanas después de la creación de este monstruo.
Sobre el escritorio, halló el cerebro dentro de un recipiente transparente y sellado. Lo tomó con más cuidado que los demás, pues sabía que era la fuente de todo conocimiento y razonamiento, lo que le permitía a alguien reaccionar a los estímulos externos, lo que le daba la capacidad de encontrar la solución a los problemas. Pero también, la fuente de los pensamientos más perversos y malignos - por eso lo admiraba con tanta expectación -, esto superaba todo lo que alguien se podía imaginar. Ni toda la información que le insertó su creador, le bastaba para conocer todo el actuar humano. Sin duda, de aquí venía todo lo que él necesitaba para comprender la raza estudiada, pero no, no podía, con sólo mirarlo no podía comprender. Intentó, por sí mismo darle vida a su mente, programando una avanzada máquina que podía hacer una cirugía mientras él dormía. Sin embargo, su sorpresa fue aún mayor, cuando se dio cuenta de que no tenía mente, no tenía corazón, por lo tanto, como una gran masa inerte, al tomar conciencia de esto, no sé cómo, se desplomó por el suelo y murió. Su última mirada se elevó al cielo, lugar donde nunca llegaría, pues no fue en ningún momento obra de Dios.